El adiós que no dijiste

 Nunca dijo hola,

entró a mi vida como quien irrumpe en la biblioteca con un libro en mente. 

No se molestó en preguntarme algo, pero yo me atreví a confesar que soñaba con correr bajo la lluvia de la mano de alguien. Fue lo único que necesitó para hacer encajar nuestros dedos y sacarme del lugar al que yo llamaba casa. Perdimos el aliento y me enamoré de la risa que abandonó sus labios cada vez que miró algo nuevo. 

Los momentos ella los vivía de prisa, cerraba la puerta de golpe y yo tenía que sostener mi respiración, esperando a que la volviera a abrir, a que me dejara respirar otra vez el aire junto a ella. 

Regresaba cantando de manera desafinada, cambiando la letra de las canciones y hablando tan de prisa que pocas veces podía seguir su ritmo, pero entonces estábamos juntas y para mí las cosas funcionaban. Ella abría las ventanas y, como un tornado, giraba entorno a mí recitando poesía; de mis ojos, sonrisa y alma. Yo la miraba como quien contempla a una mariposa revolotear. 

Sabía que no se iba a quedar por mucho tiempo, que era una visita y yo era el viejo roble abandonado en el jardín. Lo sabía y por eso disfruté cada segundo que me regaló. 

Como era de esperarse, 

nunca dijo adiós.

Comentarios

  1. Lo volátil del enamoramiento y lo duradero del olvido, muy acertado uso del lenguaje además, mucho corazón y apertura

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